lunes, 18 de mayo de 2015

ANÉCDOTAS DEL MONTE

PISTOLERA, la mula loca.

Yo me gradué de Ingeniero Forestal en el año de 1982 en la ilustre Universidad de Los Andes en Venezuela, en el mes de septiembre. No era fácil encontrar trabajo para un recién graduado que sabia mucho de monte  pero  nada de como se integraba uno al mercado de trabajo.

Para ese entonces la reserva forestal de Ticopóro en el estado Barinas funcionaba a plena capacidad con 4 unidades de manejo.

La Empresa Mixta Forestal Campesina (EMIFOCA), se encargaba del manejo de la unidad I, la cual comprendía una superficie de 47.750 hectáreas de las 270.000 totales de la reserva.





Fue ahí donde comencé mi carrera como ingeniero, realizando el censo y localización de los ocupantes ilegales de la reserva, tarea nada fácil en semejante extensión de selva.




Porque antes era selva y selva cerrada con una impresionante masa forestal que se extendía por 270.000 hectáreas, con caños, ríos y una fauna abundante, ahora todo es historia antigua, arrasada y talada, la zona es agropecuaria.

Bueno, el cuento es que nos preparábamos para hacer una inspección a la zona nor - este de la unidad ya que teníamos noticias del establecimiento de algunas personas que realizaban desmontes para instalarse como conuqueros.

Para ello teníamos tres mulas y el personal era un baquiano, un guardia nacional y yo. 

En realidad creo que era la tercera vez que me montaba sobre un equino y no era muy ducho en la materia, la mula que me tocó tenia un bonito nombre "Pistolera".

Me previnieron de tener cuidado de amarrar mi morral derechito sobre el anca de la mula, porque sino ésta se ponía nerviosa, yo me le acerqué y pensé que tratándola con cariño seguro que se portaba bien, craso error!!





Salimos oscuro, como a las cuatro de la mañana después de un desayuno llanero, con carne, arroz, arepas, sopa en cantidades enormes, era necesario porque la otra comida sería como a las cinco de la tarde.

Me monté con confianza y empezaron los desencuentros con Pistolera, para poner a caminar a ese animal tuve que recurrir a todas las mañas llaneras, que "arre mula", que "chucala", chuic, chuic, chuic, hasta que el baquiano se acercó por detrás y le lanzo un fuetazo que hasta a mi me dolió y no fue que arrancó a toda velocidad, se tomó su tiempo y empezó a caminar.

Época de lluvia, penoso para las bestias que enterraban las patas en el barro y les costaba trabajo caminar y a Pistolera más aún, pero a medida que nos alejábamos del campamento como que entendió la situación y se hizo mas comprensiva con su destino, caminar.

Daba lastima ver como se le llenaban las orejas de tábanos que chupaban sangre como unos vampiros, al principio traté de ahuyentarlos con una ramita, pero cada vez que levantaba la rama se me ponía nerviosa y yo no quería problemas.

Así pasaban las horas. Había que recorrer  bastantes kilómetros para llegar a la zona escogida.

Cuando se va por el monte, uno tras otro, las conversaciones son escasas y uno se sumerge en sus pensamientos, rodeado de sonidos de selva y de un calor que adormece.

Como a las tres de la tarde llegamos al borde de un caño, que con las lluvias tenía bastante agua y meritaba estudiar la manera de pasarlo sin problemas.

Ya para mi era obvio que la peor de las mulas era la mía, pero yo pensaba que si le demostraba alguna amistad a la bestia se sentiría agradecida y colaboraría en estos momentos difíciles.




Primero se lanzó el baquiano que pasó el caño sin ningún problema, luego me tocaba a mí, - vamos Pistolera, tranquila, es solo un cañito - le dije en la oreja y me lancé y es ese momento la mula toco algo en el fondo que la hizo sacar lo peor de su paranoia, empezó a dar brincos, a tratar de tirarme al agua y para mas inri la carga se movió y ahí si es verdad que yo me preparé para un buen baño.

Logre arrimarme a la costa del caño, la mula ya daba vueltas sobre si misma y estaba a punto de ahogarse, yo me preparaba para el velorio de Pistolera y para la caminata de vuelta, cuando el baquiano haciendo honor a su cargo se tiro al agua con un cuchillo  cortó la correa del freno lo que calmó al animal. 

Poco a poco sacó  la mula del caño y también  mi morral que chorreaba agua por todos lados.

Se veía que a Pistolera le había entrado agua por todos lados, estaba tranquilita y decidí hacer un buen tramo a pié para que recuperara el aliento.

Nos agarró el atardecer justo cuando llegamos a un rancho que, supongo, era de cazadores y ahí pasé una de las peores noches de mi vida. Toda mi ropa, chinchorro, mosquitero y absolutamente todo, estaba mojado, por lo que me tocó dormir debajo del chinchorro del guardia nacional para poder guarecerme con su mosquitero, sino, los zancudos me hubieran sacado toda la sangre del cuerpo.





Pero el sol sale para todos. 

A la mañana siguiente yo me sentía como si me hubiera arrollado un camión, la mala noche y la montada durante horas sobre la mula me hicieron sentir mas golpeado que tambor en tiempo de guerra. El solo pensar en montarme de nuevo sobre Pistolera me daba una desazón enorme.

Pistolera se había recuperado del día anterior y tenia cara de que seguiría en su posición de bestia bruta y con ganas de mostrar todas sus malas mañas.

Llegamos a donde nos habían indicado y una vez localizado el sitio y censado los ocupantes tomamos el camino de regreso, estar sentado sobre la silla de la mula, era un verdadero tormento, me dolía todo, menos mal que el paso de Pistolera era suave y acompasado evitando los salticos que hubieran terminado con mi humanidad.

No veía yo el momento de llegar y acabar con ese suplicio, la mula iba tranquila y el baquiano pasó el caño con mi mula y yo con la de él, todo salió bien.

Pero no era el final de las demostraciones de Pistolera. 

Cuando ese animal olió su pesebre, como a 500 metros del campamento, arrancó a correr de una manera que me hizo pensar - que hace esta mula aquí en el monte, debería estar en el hipódromo - se lanzó en una carrera frenética y yo me mantenía sobre ella por puro milagro, para completar pasó por un estrecho camino lleno de "jalapatrás", una enredadera de espinas curvadas que te agarran por donde pueden y te jalan para atrás puesto que tu vas para adelante a toda velocidad.

A estas alturas me dije que ya no podía pasar mas nada ante la proximidad del campamento, pero si, Pistolera me tenía reservado un final de película.

A llegar al pesebre se paró en seco, por lo que yo salí disparado por encima de su cabeza y caí en sobre la palangana donde le servían la comida dándome un buen golpe en la cabeza.




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